En enero de 2016 falleció el papa de un paciente.
Durante mucho tiempo hablamos de los conflictos que tenían, el rencor acumulado, el deseo de reconocimiento, la falta de empatía…
Y el terror a que un día no estuviera.
Tanto a mi paciente como a mí nos sorprendió que al momento del deceso de su padre, él se sintiera muy en paz. Triste, pero en paz.
Yo quedé intrigado, pues nunca había vivido una pérdida de un amigo o un familiar cercano, sin embargo, sí había testificado el inmenso dolor y vacío que dejaban las pérdidas de mascotas, parejas, familiares, y, en particular, de padres o madres.
En consecuencia, el miedo más grande que tenía era la llegada del día que mi mamá falleciera.