La muerte es una constante que tendemos a negar.
Cada cierto tiempo me entero del fallecimiento de alguien cercano a la gente con quien trabajo, y la reacción de vacío al notar un espacio que antes ocupaba un nombre en la biografía de un paciente, duele.
Se siente más ese dolor cuando es la persona que me comparte su vida en sesión.
Aunque en teoría el terapeuta debe ser ascéptico, distante y neutro, en lo concreto aparece la humanidad y se establece conexión con las personas.