Creo que cuando siento algo que me rebasa pierdo la sensación de pisar tierra firme.

Cuando hay incertidumbre o evasión dejo de sentifme dueño de mí.

Ahí me vuelvo esclavo.

Esclavo de mis emociones.

Esclavo del entretenimiento.

Esclavo de mi compulsión por hacer algo, lo que sea.

Esclavo de la necesidad de estar “bien”.

Esclavo de mis juicios y expectativas.

Esclavo de querer tener razón.

Esclavo de mis relaciones.

Esclavo de querer tener el control.

Esclavo de la tecnología y la información.

Esclavo de competir por competir, trabajar por trabajar y ser productivo por ser productivo, sin tener una intención clara.

Esclavo de la esperanza de estar pleno en el futuro.

Esclavo de mis recuerdos.

Esclavo de mis reacciones.

Esclavo de la dieta.

Esclavo del tiempo hecho reloj, calendario y agenda.

Esclavo de mis ideales, autocrítica y perfección.

Esclavo de mi voracidad por estímulos y cosas.

Esclavo de querer “aprovechar”.

Esclavo de no querer sentirme mala persona…

Puedo volverme esclavo de tantas experiencias…

No es “malo” ser esclavo de algo que me agobia de vez en cuando, es parte de un proceso para capacitarme en confiar, desapegarme y fluir.

Sin embargo, la esclavitud crónica e inconsciente en donde justifico mi dolor o bienestar por completo en algo ajeno a mí es riesgosa porque se acentuará más y se volverá un infierno.

Una manera muy pacífica de adueñarme de mí, de recuperarme otra vez, viene de rendirme cuando la lucha y el esfuerzo sólo  me generan frustración.

Cuando reconozco mi esclavitud y la observo, en lugar de pelearme por una ilusión de libertad, empiezo a diluir grilletes de necesidades, deseos, caprichos, convenciones y condicionamientos.

Aceptar mi parte dependiente, miedosa, dramática, voluble y oscura, me permite integrar los aspectos que no me encantan de mí para encontrar ligereza, alivio y libertad.

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