En junio empezó, se consolidó en julio y agosto: una crisis rara.
Economía bien, sueño profundo y prolongado, bien.
Pero había algo raro, empezaba a sentir que la pancita se iba dilatando, en general andaba flaco, pero la cintura no seguía esa línea metabólica, no comía mal, pero no tenía disposición para hacer ejercicio mas allá de caminar…
y más rara era la desconfianza cognitiva.
Sentía que andaba distraído, errático y con mala memoria. Eso sí, era bastante escrupuloso en registrar mis olvidos y esa obsesión acentuaba más mi fantasía de una demencia precoz.
Desconfiado de mi cuerpo para alguna actividad física más o menos intensa y de mi cerebro para conectar ideas, tomé como criterio aquello de la entrada anterior de: ¿me ayuda a sanar?”
Encontré en la alberca un bálsamo.
Nadar fue una experiencia que empezó a estructurar mi cabeza, mi cuerpo y mi corazón.
Un efecto colateral curioso: mi sueño se alteró. Venían despertares de madrugada. Pero no era un insomnio ansioso ni preocupado, más bien inspirado.
De la alberca se alinearon otros 2 andamios para brindarme soporte sin planearlo:
Una amiga terapeuta, cuando le platiqué mi incertidumbre, me recomendó a su analista para iniciar un proceso terapéutico.
Empecé y, junto con la alberca, se asentaron aún más varios elementos que diluyeron la desconfianza.
El tiro de gracia a mi crisis vino a principios del mes pasado cuando me encontré por la calle con una maestra muy querida que tengo presente y buscaba, pero que andaba en Suiza y Canadá dando cursos de un método suyo llamado “Cuerpo Profundo”, de consciencia corporal.
De inmediato le pedí que si hacía algún curso o si me podía dar clases privadas se lo agradecería mucho.
Dos semanas después empezaba sesiones con ella.
Entre la alberca, la terapia y las clases que acabo de mencionar, encontré una manera muy clara de establecer mi “plan de estudios” para cerrar el año…
Ahora, mientras lo escribo, veo que alineo 3 áreas la física con la alberca y con las clases, la mental y la emocional con la terapia y las clases.
Cada una lleva agua para su molino y nutre los otros dos.
En el agua encuentro respuestas con movimiento, en la terapia el intercambio de ideas ilumina puntos ciegos y les pongo voz, mientras que en las clases de consciencia corporal, mi cerebro se aquieta y se desmantelan mis bloqueos internos para suavizarlos en el cuerpo sin pelearme con ellos, sin el análisis que a veces me abruma y se me da en automático.
De estas 3 experiencias: la alberca, la terapia y las clases de consciencia corporal y quienes me las brindan, me cae el veinte de quiénes quiero que sean mis maestros en este momento de mi vida; el agua, el doctor Romero y Vale.
Esa intención me hace más curioso, abierto y comprometido. No me los imponen como en la escuela, yo tengo oportunidad de elegir mis materias y quién me las brinda: privilegios de aprovechar la adultez y la responsabilidad.
Pero, también me asusto de pensar que ahorita tengo esta consciencia, pero que si me descuido, de todas maneras la pregunta del título se va a imponer y filtrar…
Voy a tener maestros, ya los he tenido y si no pongo atención los tendré:
una pareja con la que me inconformo y le proyecto mis frustraciones, un jefe del que me quejo, una mala administración que pienso que se resolverá cuando gane más dinero, un compra compulsiva de cosas que me generan remordimiento posterior, una evasión con series que me deja vacío, amigos que califico de poco empáticos…
Siempre elijo a mis maestros aunque no sea consciente de mi plantilla, y las lecciones van a llegar.
¿Quiénes son mis maestros?
¿Quién quiero que me enseñe y me guíe?
¿El dolor o la intención?