¿Cómo facilito el diálogo?

Un tema recurrente que encuentro en libros, en clases, con pacientes, que me intriga y veo que si integro me hace la vida más fácil o más sabrosa, viene de “escuchar”.

Escuchar puede hacerme la existencia mucho más que llevadera…  pero no es sencillo, porque mi reacción más frecuente es anticipar, divagar, replicar, juzgar, dar el avión… en el silencio de mi cabeza, y quizá en el exterior.

 

Una escucha genuina, de recibir más allá de mis preferencias y aversiones, es un ejercicio deliberado.

 

Leí una idea muy gráfica: el oído es el órgano y sentido más receptivo. Podemos cerrar los ojos la boca, respirar por ésta en lugar de la nariz, tendemos a cubrirnos la piel.

Y en general el oído no intercambia como hacen mis fauces, o mi epidermis.

 

El oído abraza en automático.

 

Y es interesante como lo atrofio al volverme selectivo con lo que quiero y no quiero escuchar con audífonos… ese filtro no me ayuda a cultivar la conexión espontánea.

 

Respondo a mi pregunta de cómo facilito el diálogo, y empieza por entrenar mi escucha.

 

Por ser atento a cuándo me cierro porque algo me “agravia”, o cuando me “enamoro”, porque algo se alinea con mis expectativas.

 

Escuchar no se reduce al intercambio con otro ser humano, sino con la realidad, con mi economía, con mi salud, con mi momento de vida. Escuchar más allá de mis orejas, es atender con todo mi cuerpo.

 

Ahí es cuando descubro que la Vida se puede volver fácil y / o sabrosa, cuando escucho y diálogo de verdad…

 

Pero si argumento, anticipo, replicó, evado, me cierro, la vida me va gritar más fuerte de lo que mis audífonos, físicos o retóricos, me puedan evadir.

 

Garantizado: eventualmente el refrán de: “no hay peor sordo que él que no quiere escuchar” termina por colapsar.

La Vida se hace escuchar.

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