Hace unos días una paciente me compartió como, sin intención, se descubrió pasándola bien, aún sin estar al cien en sus emociones.
Estuvo jugando en la playa en Cancún, un viernes…
Hasta ahí, creo que no es tan difícil, pensar en pasarla “bien”.
Pero sus condiciones del momento no eran las más favorables según las convenciones.
Se acaba de cambiar de hotel después de pasar unos días en otro por un congreso de su trabajo, y la ubicación actual había decepcionado un poco sus expectativas, el clima durante sus días libres fue nublado, y la semana previa había concluido su relación…
Ella se descubrió que aún cansada y triste podía estar bien consigo misma; podía jugar en una playa gris y con un corazón lluvioso.
De esta experiencia aprendo que aún cansado, con flojera, lastimado, apático, puedo agrupar esas emociones y llevarme sorpresas, si exploro fuera de mis costumbres en esos estados.
Hace un tiempo escribí de una maestra que bailaba su tristeza. Si la tomo como referencia, a mí más veces de las que hubiera pensado, me alivia escalar o caminar mi confusión.
Jugar o quedarme quieto con las emociones que incomodan pueden dar ligereza inesperada si me rindo cuando el exceso de lucha ya sólo brinda impotencia.