Sentir paz a partir de aceptar el dolor

El texto que viene a continuación es una adaptación del capítulo 7: “El Dolor es La Constante Universal”, del libro: Todo Está J*dido, de Mark Manson:

Los humanos distorsionan sus percepciones para ajustarlas a sus expectativas.
Cuanto más amenazas buscamos, más amenazas vemos, sin importar lo seguro o cómodo que sea nuestro entorno en realidad.
Cuanto mejor van las cosas, más amenazas percibimos donde no las hay. Y más nos preocupamos. Tal realidad se encuentra en la base de la paradoja del progreso.
Cuanto más cómoda y ética se vuelve una sociedad, más se magnificarán en nuestra mente las pequeñas indiscreciones. Si nos dejásemos de matar entre nosotros, no necesariamente nos sentiríamos mejor al respecto. Simplemente nos disgustaríamos del mismo modo por las cosas menos importantes.
Proteger a las personas de los problemas o la adversidad no hace que sean más felices o que se sientan más seguras, sino que provoca que se sientan inseguras con más facilidad.
Nuestras reacciones emocionales a los problemas no se determinan en función del tamaño del problema. Más bien, nuestra mente amplifica (o minimiza) nuestros problemas para que encajen en el grado de estrés que esperamos experimentar.
Einstein demostró que el tiempo y el espacio no son constantes universales. De hecho, resulta que nuestra percepción del tiempo y el espacio puede cambiar dependiendo del contexto de nuestras observaciones.
Einstein demostró también que el espacio y el tiempo cambian dependiendo del observador; es decir, son relativos.
Nuestra suposición de lo que es constante y estable en el universo puede ser equivocada. Y esas suposiciones incorrectas pueden tener importantes consecuencias en nuestra manera de experimentar el mundo.
Lo que creemos que es la constante universal de nuestra experiencia no es, en realidad, nada constante. Y, en su lugar, gran parte de lo que suponemos que es cierto y real es relativo a nuestra propia percepción.
Nadie es plenamente feliz todo el tiempo, pero, del mismo modo, nadie es plenamente infeliz siempre. Parece que los seres humanos, sin importar nuestras circunstancias externas, vivimos en un estado constante de felicidad moderada, pero no plenamente satisfactoria.
La vida siempre está oscilando en torno a nuestro nivel siete de felicidad. Y este «siete» constante al que siempre volvemos nos engaña un poco, y caemos siempre en un engaño.
El engaño es que nuestro cerebro nos dice: «Mira, si pudiera tener un poco más, por fin llegaría a diez y me quedaría allí».
Cada uno de nosotros presupone de manera implícita que somos la constante universal de nuestra propia experiencia, que no cambiamos y que nuestras experiencias van y vienen como el clima.
El dolor es la constante universal de la vida. Y la percepción y las expectativas humanas se deforman para encajar con una cantidad predeterminada de dolor.
Da igual lo soleado que esté el cielo, porque nuestra mente siempre imaginará que hay suficientes nubes para sentirse ligeramente decepcionada.
Lo que cambia es tu percepción del dolor. Y, en cuanto tu vida «mejora», tus expectativas cambian y vuelves a sentirte moderadamente insatisfecho.
Sin embargo, el dolor también funciona en la otra dirección.
El dolor también se tiende a normalizar, así pasa con los pequeños achaques, las pequeñas deudas, las pequeñas faltas de respeto que toleramos y que se  amplifican por nuestra capacidad de adaptación.
Todo se amolda a nuestra ligera insatisfacción. Y ese es el problema con la búsqueda de la felicidad.
Buscar la felicidad es un valor del mundo moderno.
Fue en la era de la ciencia y la tecnología cuando la felicidad se convirtió en un «tema».
No puedes librarte del dolor. El dolor es la constante universal de la condición humana. Por lo tanto, el intento por alejarse del dolor, por protegernos de cualquier daño, solo puede explotarnos en la cara. Tratar de eliminar el dolor solo aumenta nuestra sensibilidad al sufrimiento,
Da igual cuánto se progrese, da igual lo pacíficas, cómodas y felices que sean nuestras vidas, nos instalaremos en la percepción de cierta cantidad de dolor e insatisfacción.
El dolor es la experiencia de la vida misma. Las emociones positivas son una desaparición temporal del dolor; las emociones negativas son un aumento temporal del dolor.
Si la atención está despierta, es que se han puesto trabas a la voluntad y se ha producido algún choque. Todo lo que se alza frente a nuestra voluntad, todo lo que atraviesa o se le resiste, es decir, todo lo que hay desagradable o doloroso, lo sentimos enseguida con suma claridad. No advertimos la salud general de nuestro cuerpo, sino tan solo el ligero sitio donde nos hace daño el calzado; no apreciamos el conjunto próspero de nuestros negocios, pues solo nos preocupa alguna insignificante pequeñez que nos apesadumbra.
No importa la paz y la prosperidad que hallemos, nuestra mente ajustará rápidamente sus expectativas para mantener una sensación constante de adversidad, obligándose a formular una nueva esperanza, una nueva religión, un nuevo conflicto que nos mantenga en movimiento.
Por muy soleado que sea nuestro día, siempre encontraremos una nubecita en el cielo.
La búsqueda de la felicidad es un valor tóxico que ha definido nuestra cultura desde hace mucho tiempo. Es contraproducente y engañosa. Vivir bien no significa evitar el sufrimiento; significa sufrir por las razones adecuadas.
El sufrimiento es como recibir dos flechazos. La primera flecha es el dolor físico; es cuando el metal atraviesa la piel, la fuerza que choca contra el cuerpo. La segunda flecha es el dolor mental, el significado y la emoción que asociamos al golpe,
En muchos casos, nuestro dolor mental es mucho peor que cualquier dolor físico. En la mayoría de los casos, dura mucho más.
Siempre existe una separación entre lo que experimentamos y cómo interpretamos esa experiencia.
Siempre hay una brecha entre lo que siente nuestro cerebro emocional y lo que piensa nuestro cerebro racional. Y en esa brecha puedes encontrar el poder para soportar cualquier cosa.
El problema surge cuando nuestra parte adolescente siente que ha hecho un mal trato, cuando el dolor excede a sus expectativas y las recompensas no están a la altura. Eso hará que entre en una crisis de esperanza: “¡he sacrificado mucho y he obtenido muy poco a cambio!”
El adulto tiene un umbral del dolor increíblemente alto porque entiende que la vida, para que sea significativa, requiere que haya dolor, que nada puede o debería controlarse o negociarse,
Los valores auténticamente adultos se benefician de lo inesperado.
El dolor es un valor
La muerte es psicológicamente necesaria porque crea riesgos en la vida. Hay algo que perder. No sabes lo que vale algo hasta que experimentas el potencial de perderlo. No sabes por lo que estás dispuesto a pelear, a lo que estás dispuesto a renunciar o sacrificar.
Porque el dolor es la constante universal. Da igual lo «buena» o «mala» que sea tu vida, el dolor siempre estará ahí. Y al final se volverá manejable. La pregunta entonces, la única pregunta, es: ¿quieres entregarte a él? ¿Quieres entregarte a tu dolor o evitar tu dolor?
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