Háblame bonita.

“Háblame bonita.”

Así susurro.

Cierro los ojos.

Pongo mis manos en ella.

Respiro.

Bajo la cabeza.

 

Abro los ojos.

 

Acomodo los pies y el resto del cuerpo los sigue.

 

En rutas largas me funciona mejor, pero con pequeñas también.

 

Así le hablo a la pared.

 

Sobre todo si me intimida, antes de escalarla.

 

Llego a repetirlo si siento que se me están bombeando los antebrazos, o el vértigo se empieza a filtrar.

 

Y la pared me habla.

 

En silencio, pero sin murmullos. Es clara en pedir cómo acomodar el cuerpo. La mayoría de las veces discrepa de la razón, algunas pocas se sincroniza con ella.

 

Hace años mi cinismo rechazó esa apertura como una actitud fumada cuando me recomendaron que hablara con ella, que escuchara a algo que juzgaba como inerte.

 

 

Ahora se me hace una conexión humilde y funcional.

 

Una entrega práctica.

 

Una rendición propositiva que me enseña formas novedosas de hacer cosas, un repertorio de movimientos que no sabía que tenía o podía y que son amables…

 

y creo que lo más valioso al dirigirme con esa intención es que aprendo a escuchar:

 

cuándo apretar, cuándo aflojar, cuándo estirar, dónde reposar, dónde saltar, soltar y jugar…

 

Esa apertura que susurro frente a una pared cuando escalo, me enseña una manera añadida al control, a la expectativa, a la ilusión y al miedo de dialogar con la Vida.

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