Me dolió ver como su pancita se agitaba y se encontraba con los ojos cerrados, en vísperas de navidad.
El diagnóstico: hepatitis.
Su edad: un mes y días.
Era una bolita de pelo gris saltarina con dos ojotes del mismo tono. Pesaba menos de medio kilo y se la pasaba jugando, me seguía cuando me levantaba y hacía fiestas o se peleaba a arañazos y mordiditas con mis dedos.
Conmigo estuvo diez días, del 13 de diciembre al 23. Me gustaba jugar con él, cargarlo; no me gustaba limpiarle su cajita de arena ni regañarlo o rociarle agua cuando arañaba los muebles o las cortinas o se subía a la mesa del comedor o caminaba por el nacimiento… y me miraba con su carita mustia y felina que me desarmaba de inmediato.
La noche previa a que lo durmieran estaba súper bien, retozón, confiado…
Nada que ver con el peluchito tembloroso de ojos cerrados y orejas amarillentas del día siguiente que se quejaba cuando el veterinario lo revisaba.
Sufría mucho y decidí que lo durmieran, después de que no había mejoría con un suero con atropina que le habían puesto…
Nunca había sido muy apegado a los animales… pero el gatito me ganó rápidamente, me dolió mucho verlo sufrir, y me quedé pensando que si una mascota con la que había convivido por diez días me podía afectar tanto, cuál sería el sufrimiento de alguien que ha perdido a un mascota de años… y cuál no sería el sufrimiento de alguien que pierde a un familiar o amigo con el que ha pasado una vida…
Creo que ése es el regalo de Néron, el gatito con nombre y collar de perro: la consciencia de valorar las experiencias y los seres queridos que parecen cotidianos, pero que de un día a otro pueden no estar.
Arturo Hernández Vera, especialista en dependencia emocional, infidelidad, celos y resolver ruptura de pareja
Psicólogos y terapia individual y de pareja en el D.F.
artherver@yahoo.com.mx
0445530729624