Perder tiempo, ganar consciencia.

Despierto 4am sin planearlo. Lunes.

Pido un coche a la casa de mi papá y mi tío donde pasé la noche, para que me lleve a mis rumbos.

Llegó a un Starbucks y me quedo con la vista perdida. 6am, vacío, silencioso.

No me gusta el tráfico, es rarísimo que lo experimente. Parece que mi cuerpo lo entiende y por eso se levanta tan temprano, no duda en madrugar si eso le permite escaparse de la saturación de quedarse en una jaulita con ruedas rodeado de otras jaulitas.

Cometo sin darme cuenta uno de los máximos sacrilegios, de esos que ofenden las convenciones, me cacho: PERDIENDO EL TIEMPO.

Así me quedo con mi libreta en las piernas, el cafecito a un lado, en la terraza vacía.

ESTOY PERDIENDO EL TIEMPO.

Y siento culpa, vergüenza…

En automático surge el “debería”.

“Debería estar haciendo algo productivo.”

Debería de dormir 8 horas y estar en el tráfico como la gente adulta y responsable, no aquí perdiendo el tiempo en una terraza vacía, filosofando…

 

Debería esforzarme y trabajar más  y ahorrar más y organizarme mejor y no ser tan infantil… El mundo es más que café, libretas, plumas, nadar, bailar, hacer ejercicio, leer… o hacer todas esas cosas que me gustan y que detonan alguna culpa clandestina…

 

Y me pregunto de dónde vendrá ese discurso tan constante de no perder el tiempo. “No me hagas perder mi tiempo”. “No le hagas perder su tiempo.” “Respeta el tiempo de los demás.”

Creo que el tiempo en abstracto no es tan especial…

Pero el tiempo como medida de referencia y de disposición sí me resulta valioso. Irónico que su “pérdida” en productividad y saturación, puede volverse un vacío de serenidad al dejar de hacer.

Irónico, también,  que exista escrúpulo por no “perder” el tiempo, pero que sea frecuente “matar” el tiempo para no aburrirse.

Parece que el tema no es perder, sino no querer sentir tedio. Porque aburrirse da paso a pensamientos y emociones espontaneas que  por lo general no son experiencias cómodas, aunque sí valiosas, pues nos habla de nuestras necesidades más profundas y desatendidas.

Perder o ganar tiempo porque sí… Para ser “productivo”, para tachar compulsivamente pendientes de una lista que detona otra, para perseguirme como el conejo de Alicia en en el País de las Maravillas.

Ese tiempo riguroso que exige cada vez ir más rápido o hacer más y dejar de saborear por sentir culpa a cada rato.

Me deja con dudas, y escribo en mi libretita:

“Pierdo tiempo, gano consciencia.”

Al escribir eso, dejo perseguirme, dejo de  exigirme hacer algo diferente a lo que hago. Me quedo en paz y sólo dejo mi mirada perdida… sin presiones, sin culpa, sin ruido en mi cabeza, sin comparaciones, sin ideales, sin competencias. Un ratito de silencio pacífico… Es rico “perder” el tiempo así. Perder ese tiempo inconforme, voraz, exigente con nuevos pendientes que nunca frenan.

Qué “casualidad”, que minutos después de escribir ese aforismo me encuentro en el periódico Milenio, y en primera plana, la invitación con titulo y página de un artículo que se llama: “El tiempo perdido puede producir ganancias inesperadas.”

Nunca había leído algo así.  Y yo que me sentía bien original… Me aligera aún más encontrar eso y lo reviso de inmediato. El texto es de un tal Jordi Soler, y me cautiva una pregunta que lanza:

“¿Cuántas horas serenas paso al día?”

¡Horas..!

Pregunta ambiciosa…

Al menos minutos. Justo al perder el tiempo en esa terraza vacía a las 6 de la mañana de un lunes, quito culpa y vergüenza y alcanzo serenidad… con escribir y con esa coincidencia periodística que respalda mi aparente desperdicio cronológico que en realidad es un intercambio por paz mental: unos minutos deliciosos encontrados en medio de café, papel y tinta.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *