Si no tuviera que hacerlo perfecto…

Leí una idea liberadora.

En un taller de creatividad, la maestra les pide sus alumnos que escriban tal como les venga a la cabeza la conclusión de la siguiente oración:

 

“Si no tuviera que hacerlo perfecto, yo:…”

 

Si no tuviera que hacerlo perfecto...

10 veces.

Rápido, sin reflexión.

Mi primera reacción al leer esto, fue renuencia, dejarlo para algún otro momento. Luego me puse a rayar a un costado del libro.

Surgieron deseos juguetones, frivolidades, necesidades básicas.

Sin el filtro del juicio, del miedo la fracaso, del miedo al rechazo, de la búsqueda de condiciones óptimas, o de sentir que se me va el tren o la oferta de mi vida, sin urgencia, sin miedo, esas divagaciones dibujan una posibilidad a mi medida.

Lo práctico de dicho ejercicio es que se permea en ejecución, de tareas triviales que de otro modo ni haría…

De pronto, ese trazo de actividad, agarra inercia y lo que acaba por hacerse no es tan imperfecto.

Una de esas oraciones decía: limpiar mi casa.

Cómo me puede eso…

Y en esa imperfección, decidí sólo barrer, lento viscoso, aburrido… y sin querer siguió trapear, y de repente limpiar el baño.

Sin inspiración, pero sin arrearme.  Me gusta el siguiente ritmo a veces:  “sin prisa, pero sin pausa”.

En papel me resulta inevitable escribir, pero en lo digital me cuesta desde hace tiempo.

Lo evidencian la ausencia de estas entradas.

Agarro el aforismo del título de pretexto y ejemplo para este espacio…

Si no tuviera que hacerlo perfecto…

…ya hice este escrito.

“Como jugando.” Decía mi mamá.

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